Blogia
María Elena Balán/ Arca de cubania

Historia

ETERNO RECUERDO A 8 ESTUDIANTES DE MEDICINA

ETERNO RECUERDO A 8 ESTUDIANTES DE MEDICINA

Por María Elena Balán Saínz 

   La historia en Cuba no olvida que han transcurrido 135 años  desde aquel veintisiete de noviembre, cuando  ocho estudiantes de Medicina fueron llevados al paredón de fusilamiento por los gendarmes de la metrópoli española en La Habana.

   Ese hecho ha quedado en la memoria de nuestro pueblo como una de las acciones más abominables del período colonial de España en Cuba. 

   Su único pecado  era amar a la patria, tal como confesaron poco antes de ser ejecutados. Pero la sentencia de muerte estaba ya concebida, bajo el pretexto de que habían profanado la tumba del periodista español Don Gonzalo Castañón.

  Como no existía idea exacta de quienes habían estado en el cementerio, fueron apresados 45 alumnos del primer año de Medicina. Aunque la presunta falta de los jóvenes era de carácter civil, el General de División Romualdo Crespo indicó Consejo de Guerra en campaña.

   A todo ese grupo  se le sometió a un Consejo de Guerra, que no llegó a determinar ninguna sentencia de muerte.   Pero el ansia de sangre del cuerpo de voluntarios llevó a que, contra toda norma jurídica, se formara un  segundo tribunal en el que ellos eran mayoría.

  Aquel proceso amañado y fraudulento condenó a muerte a ocho estudiantes, mientras los otros debían guardar prisión. Entre los que fueron fusilados estaba Carlos Verdugo, quien el día del supuesto incidente de la tumba de Castallón, se encontraba en Matanzas. Ese es un detalle que reafirma la barbarie cometida, sólo por saciar la sed de venganza de los voluntarios.  

  A las cuatro de la tarde del veintisiete de noviembre fue ejecutada la orden de fusilamiento de los ocho jóvenes inocentes.Hoy, cuando han transcurrido 135 años de aquel asesinato, recordamos con respeto a esos mártires de la Patria.

?LOS RESTOS DE COLON EN LA HABANA?

?LOS RESTOS DE COLON EN LA HABANA?

  Por María Elena Balán Saínz    

 Cuando Santo Domingo fue abandonado por los españoles, ante el empuje de los franceses, se designó una comisión para trasladar los restos de Cristóbal Colón a La Habana.

  

   Hay quienes afirmaron que fue a su hermano Diego al que trajeron a Cuba y que el descubridor de América quedó donde estaba.

   

    Referencias escritas en el siglo pasado y atribuidas a Richard Lewis señalan:   Los restos de Colón yacen en la antigua Catedral de La Habana. Si existe alguna tumba que merezca ser honrada, es esta del hombre que, habiendo descubierto un mundo, sólo recibió insultos y penas como recompensa terrenal, y a cuyo honor se ha rendido escaso tributo. Los restos de Colón, después de ser removidos por tercera vez, fueron depositados finalmente en una caja de metal.

  

   Fue en 1506 que murió el Almirante Cristóbal Colón. Pocos años después de su fallecimiento, sus cenizas fueron trasladadas desde España a Santo Domingo, y alrededor de setenta y cinco años más tarde descansaron en Cuba, según recogen algunos escritos.

  

   En 1823, el Obispo de Espada escribió un acta en la sesión del Cabildo, en la cual decía que las cenizas de Colón estaban depositadas en la santa Iglesia Catedral desde 1796, aunque su traslado había ocurrido un año antes, al cederles los españoles a los franceses la ciudad de Santo Domingo.

  

   Explicaba el alto clérigo que en el mismo lado del Evangelio, en la pared que divide al presbiterio de la Capilla de Loreto, hicieron mayor el nicho para la nueva colocación de la caja de plomo, en la cual estaban las cenizas de Cristóbal Colón.

  

   El Prelado deseó colocar justamente en el mismo depósito donde descansarían los restos del insigne navegante en la Catedral habanera, una edición grande del Código de la Constitución política de la monarquía española, promulgada en Cádiz en 1812, según escribió el Obispo de Espada en un acta de la sesión del Cabildo en 1823.

  

   Destacaba el religioso que el documento sería puesto en otra caja de caoba con su exterior de plomo, la cual guardaría también la gran medalla de oro acuñada en Cádiz.

   

   Tendría, además, el busto e inscripción en el anverso del libro abierto de la Constitución y otras medallas de plata de los Reyes.

  

    Por último, la urna sería cerrada con una lápida del mejor mármol, en la que aparecería en bajo relieve el busto de Cristóbal Colón y una inscripción que decía:

MIL SIGLOS DURAD, UNIDOS EN LA URNA.   

    En escritos de la época se asegura que a la derecha del altar de la Catedral de La Habana estaba el monumento al descubridor de América, compuesto por una lápida de mármol fijada a la pared y, sobre ella, una figura en relieve, pobremente ejecutada.

  

   Hasta allí fue en 1877 Enrique Hernández Ortega, quien escribió:

  

  Me dirigí a la Catedral a rendir un homenaje piadoso ante los restos de aquel santo.   Llevado de la natural curiosidad volví la vista en derredor del local para contemplar el ornato del mismo y con desagrado observé una gran mancha de humedad en la pared que separa la capilla del Presbiterio.

  

  A vosotros dejo las deducciones que de todo esto se desprende, pero decídme: ¿será mucho suponer que aquella mancha de humedad vista por mi, fuera la tronera recién tapada por donde desaparecieron los restos de Colón encontrados por los dominicanos en 1877?

CASONA DEL SIGLO XVIII, LA MAS VIEJA DE HOLGUIN

CASONA DEL SIGLO XVIII, LA MAS VIEJA DE HOLGUIN

 

Por María Elena Balán Saínz 

Para algunos puede parecer una mansión sombría, de esas que guardan en el interior de sus añejados muros historias de misterios y fantasmas, pero para quienes saben apreciar los valores arquitectónicos y patrimoniales, la antigua casona del siglo XVIII conservada en la nororiental ciudad cubana de Holguín, a 743 kilómetros de La Habana, constituye una reliquia.                                                                                      

  Se ha podido comprobar que perteneció al Teniente Gobernador y Capitán a Guerra don José Antonio de Silva y Ramírez de Arellano, el primero que tuvo la ciudad, al declararse como tal el 18 de enero de 1752.                                                                                                          

El valioso inmueble, que testimonia la evolución de la arquitectura, al ser una de las 11 edificaciones de la villa existentes en el siglo XVIII y única conservada hasta el presente, es de estilo mudéjar                                             

 Tiene un aspecto muy típico de la época en que se construyó, ya que cuenta con techo de tejas criollas, paredes de cujes y embarrados, arcos divisorios, balaustradas de madera torneada y pisos de ladrillos.                                   

 Esa fue la primera casa de Gobierno de Holguín y en ella funcionaba el Cabildo, según han podido confirmar los investigadores.                                

Tantos son sus valores que fue proclamada Monumento Nacional, en ocasión de los festejos por el aniversario 460 de la fundación del Hato de Holguín, el 4 de abril de este año 2005 durante un solemne acto.                                          

 El suceso se conmemora en esa fecha porque en 1545 un capitán español (García Holguín) se estableció en esa zona, donde en 1720 se creó el pueblo de San Isidoro de Holguín, en honor a su fundador y su santo patrono.           

De aquella época data la antigua casona colonial, ubicada en la calle Morales Lemus, con el número 255. Posee una sola planta, rectangular, de 18 metros de largo por nueve de ancho, formada por dos crujías (espacio entre dos muros de carga).

Quienes como esta periodista hemos visitado el interior de la casona hemos podido apreciar que en su estructura hay horcones gruesos y rústicos localizados en distintos puntos de la planta, fundamentalmente en las esquinas, al centro de las habitaciones y a los lados de los vanos que sostienen los techos de alfarjes.                                                                                                   

 Los estudiosos del tema han determinado que la distribución de esta residencia responde a las necesidades de la época, con una sala, un dormitorio principal, un zaguán y otro salón para comer o dormir.                                                      

Las búsquedas arqueológicas no han encontrado sin embargo, el sitio exacto donde estaba la cocina, de ahí que se suponga que ocupaba un inmueble independiente.                                                                                                     

En el patio de la vivienda se localizó un pozo y el servicio sanitario, y más al fondo las caballerizas y algún local para guardar el carruaje, instrumentos de trabajo y corrales para la crianza de animales domésticos.

Quienes recorren ahora las áreas piensan cómo sería la vida que llevaba la  familia del Teniente Gobernador en el siglo XVIII y los coches en los cuales seguramente se trasladaban cuando acudían a las citas sociales de la época. En estos tiempos modernos se reúnen cada año en ese amplio patio, en torno a un arbusto de limón, hijos de la ciudad que ahora residen en otros sitios, y acuden cada mes de enero a la semana de la cultura holguinera.

Allí, luego de regar la planta y pensar en los deseos más íntimos de fraternidad y unión entre todos los nacidos en esa tierra, se rememoran hechos históricos, personajes pintorescos que habitaron la localidad y también se habla de proyectos y sueños, como el rescate total del inmueble, que ahora se somete a una reparación capital, para convertirlo en museo.                                                                                        HOLGUIN PRESERVA SUS TRADICIONES Y PATRIMONIO La ciudad de Holguín presenta diversos elementos de los diseños urbanos y estilos arquitectónicos procedentes del sur de España, que fueron trasladados a Cuba durante el período de la colonización

Los proyectos urbanísticos de conservación incluyen los parques y plazas ubicados en el centro histórico de Holguín, característica que le conceden el apelativo de Ciudad de los Parques.
 

Entre las acciones en marcha se acomete la primera estación del país para el transporte en coches tirados por caballos.
Se ideó también un gigantesco mural artístico al aire libre que refleja la historia de este asentamiento desde sus orígenes. Se dice que podría ser el mayor de Cuba, con 15 metros de largo por cinco de ancho, donde 14 escultores han dado vida a sus ideas artísticas.
 

Desde hace unos años se trabaja también en el rescate de la llamada Plaza de la  Marqueta, donde estuvo el primer mercado de Holguín.

Allí estarán representadas de una manera u otra 42 instituciones culturales, de las cuales ya están la tienda Mona Lisa, la Galería Estampa. un taller de  grabado, la imprenta Lujones, la editorial Holguín y la Asociación de Artesanos y Artistas.En ese entorno hay situadas diferentes esculturas, que rememoran a personajes curiosos que tuvo la localidad y que están allí para que la memoria histórica se mantenga siempre viva. 

A unos cuantos metros de la Plaza de la Marqueta se levanta majestuosa la catedral de San Isidoro, la iglesia más antigua de Holguín, de grandes valores arquitectónicos.También frente al parque Calixto García, que rinde homenaje al prócer independentista de igual nombre, se conserva el edificio conocido como La Periquera, que acoge ahora un importante museo, y que en tiempos coloniales fue escenario de una importante batalla entre los conquistadores españoles y los luchadores por la libertad de Cuba.

Visitar la bella ciudad de Holguín es una propuesta sumamente atractiva, ya que constituye un encuentro con las raíces históricas que dieron vida a esa localidad, la cual cuenta a su vez con un reconocido desarrollo económico y social.                                                                                             

 

LA MUJER EN LA VIDA DEL PADRE DE LA PATRIA

LA MUJER EN LA VIDA DEL PADRE DE LA PATRIA

Por María Elena Balán Saínz    

 De Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, se conocen sus hazañaspletoricas de coraje y valentía, pero poco se ha divulgado sobre su vida amorosa, que abarca dos matrimonios y dos relaciones sin oficializar, con mujeres capaces de inspirar un tierno amor dadas sus condiciones de integridad, honradez y bondad.  

 Cuando Céspedes concluyó sus estudios de Bachiller en Leyes en la Universidad de La Habana se casó con sus dos veces prima hermana María del Carmen Céspedes y Loynaz del Castillo, considerada como una de las bayamesas más bellas de su época.   De ella se sabe que fue una mujer dulce, hogareña y cariñosa, que llevó la calma al espíritu inquieto de su esposo y le permitió disfrutar de la vida plácida de la villa de Bayamo, trabajando en proyectos desde su bufete de abogado. 

El matrimonio con Carmela, como solían llamar a María del Carmen, duró 28 años y de él quedaron tres hijos, Carlos Manuel, Oscar y Carmen.   A principios de 1868 murió la primera esposa del Padre de la Patria, quien se trasladó después de aquel hecho a su ingenio La Demajagua.   Allí era mayoral Juan Acosta, el cual tenía una hija llamada Candelaria, a la que decían cariñosamente Cambula.

Fue ella quien tuvo la gloria de coser la bandera que Céspedes alzó el 10 de octubre de 1868 al llamar a la insurrección.   Con Cambula tuvo una niñita a la que Carlos Manuel puso Carmen y la reconoció con su apellido. La joven Candelaria lo acompañó en el duro batallar por la independencia hasta que, ante los peligros que cada día vivían, decidió embarcar a la muchacha, que estaba  nuevamente embarazada, y a su pequeña hija hacia Jamaica.  

 En ese país nació el otro hijo varón de Céspedes, el que se nombró Carlos Manuel.    Mientras vivió sostuvo correspondencia con Cambula y atendió económicamente sus necesidades. Al concluir la guerra de los Diez Años ella volvió a Cuba.  

 ANA DE QUESADA, PATRIOTA CAMAGÜEYANA  

Después de la Asamblea de Guáimaro, el General Manuel de Quesada invitó a Carlos Manuel de Céspedes a una comida en su casa y allí se enamoró de Ana de Quesada y Loynaz  la cual tenía 26 años, mientras quien fue electo como Presidente de la República en Armas ya contaba 50.   Él ejerció sobre ella ese influjo personal que lo caracterizó y a los pocos meses,  se casaron en San Diego del Chorrillo, Najasa, en los campos de Cuba Libre.  

 De su matrimonio con aquella mujer de fuerte carácter, amante de la libertad de Cuba, tuvo Céspedes un hijo al que puso Oscar, en recuerdo de aquel que había sido ultimado por los españoles.   Ana vivía con su niño, su madre, sus hermanas y otras familias cubanas en un caserío en una zona intrincada, hasta que llegó al lugar una escuadra enemiga que los sacó y quemó las viviendas.     

  Ella logró que la dejaran con su pequeño hijo, al parecer porque los españoles pensaron que podrían apresar al Presidente cuando viniera a buscar a su esposa, pero la aguerrida joven logró internarse en la manigua y poco después se reunió con el jefe insurrecto.  El pequeño Oscar no resistió los rigores de la manigua y murió.

Céspedes decidió mandar a su mujer al exilio, y tras partir a coger una embarcación acompañada de Juan Clemente Zenea fueron hechos prisioneros. Poco después ella pudo marchar a Estados Unidos. 

LA ULTIMA MUJER EN LA VIDA DE CÉSPEDES   

 A pocos metros de la modesta casa de Carlos Manuel de Céspedes en la campestre zona de San Lorenzo, vivía Francisca Rodríguez, viuda, la cual tenía una hija jovencita que llamaban Panchita.  El patriota encontró consuelo a su soledad en la ternura de aquella muchacha, de quien se enamoró y tuvo relaciones íntimas.  

 Después que los españoles atacaron San Lorenzo de forma sorpresiva y murió el Padre de la Patria el 27 de febrero de 1874, los habitantes del lugar fueron llevados a Santiago de Cuba.  Panchita partió con su madre hasta aquella ciudad oriental, donde vio nacer al hijo de sus amores con Céspedes, al cual nombró Manuel Francisco Rodríguez, pues su progenitor no estaba vivo para haberle puesto su apellido. 

 Esos fueron los grandes amores de un hombre honesto, sencillo, caballeroso, que quiso por encima de todas las cosas la libertad de Cuba.      

Antonio Maceo: afición por los caballos

Antonio Maceo: afición por los caballos

   Por María Elena Balán Saínz

  

   Aún cuando era un niño y sus cortas piernas todavía no alcanzaban los estribos, ya Antonio Maceo se perfilaba como un buen jinete. Con una gallardía y distinción innatas, tomaba las bridas del caballo, bajo las alentadoras lecciones de su padre Marcos, quien enseñó a todos los hijos de él y de Mariana, las artes de la equitación, la esgrima y el tiro.    Creció Antonio y con él su habilidad en esas tres vertientes. El elegante mulato, mezcla de sangre venezolana y dominicana, montó entonces muy buenos caballos, regalados por su progenitor y, el mejor de ellos, aquel que utilizaba para sus paseos, lo convirtió en un guerrero corcel, con el que se incorporó a la gesta independentista cubana en 1868, al igual que sus hermanos José y Justo y su padre Marcos. Luego se iría incorporando el resto de la familia.    Más de un caballo y una montura hubo de tener el Lugarteniente General Antonio Maceo a lo largo de las guerras de independencia de Cuba. En la última de las contiendas, aquella que fue modelada con manos de sabio escultor por José Martí, el Titán de Bronce como le llamaban a Antonio, tenía una silla de montar con estrellas de plata, según la vio el Héroe Nacional cubano el cinco de mayo de  1895, en un primer encuentro en la Isla, días después de su desembarco por Playitas de Cajobabo.    En esa ocasión  Martí escribió en su Diario de Campaña acerca del lugar donde se habían citado con Maceo, adonde no pudieron arribar a la hora a la que fueron citados. Iban de prisa él y el Generalísimo Máximo Gómez, hasta que llegaron al campamento del General mambí.    Martí describió al Titán de la siguiente forma: Maceo con un caballo dorado, en traje de holanda grís, ya tiene plata la silla, airosa y con estrellas.

   

 EL COMBATE FINAL

    

El siete de diciembre de 1896, cuando las tropas españolas sorprendieron a las fuerzas de Antonio Maceo en la zona habanera de San Pedro, relata José Miró Argenter que Maceo necesitó diez minutos para vestirse del todo, ceñirse el cinturón que sostenía el machete y el revólver, y ensillar el caballo, faena que practicaba personalmente en los casos bélicos para estar seguro sobre los estribos.    Al hallarse en situación de combatiente, tocando con sus manos los arreos y convencido de que nada le faltaba, desenvainó el machete y con un ademán terrible mostró la senda de la batalla a los más conocedores del terreno. ¡Por aquí! –dijo en tono imperioso-, y expoleó el corcel.    Esa fue la última vez que montaría su caballo y utilizaría su montura, de la cual no se dan detalles de sus características.     Muchas incógnitas surgen entonces, sobre cuál sería realmente la montura que utilizó Maceo, si la que se exhibe en el Museo Bacardí de Santiago de Cuba, donada por Miró Argenter, o la que fue entregada al Museo de la Ciudad, en el centro histórico de La Habana, por autoridades de España.    Especialistas en el tema, como el doctor Eusebio Leal, considera que la auténtica está en el Bacardí.    Sin embargo, reconocen que la expuesta en la instalación cultural habanera representa todo un símbolo histórico y constituye una pieza de gran valor que puede ser admirada por  quienes visiten el lugar.   omo un buen jinete. Con una gallardía y distinción innatas, tomaba las bridas del caballo, bajo las alentadoras lecciones de su padre Marcos, quien enseñó a todos los hijos de él y de Mariana, las artes de la equitación, la esgrima y el tiro. Creció Antonio y con él su habilidad en esas tres vertientes. El elegante mulato, mezcla de sangre venezolana y dominicana, montó entonces muy buenos caballos, regalados por su progenitor y, el mejor de ellos, aquel que utilizaba para sus paseos, lo convirtió en un guerrero corcel, con el que se incorporó a la gesta independentista cubana en 1868, al igual que sus hermanos José y Justo y su padre Marcos. Luego se iría incorporando el resto de la familia. Más de un caballo y una montura hubo de tener el Lugarteniente General Antonio Maceo a lo largo de las guerras de independencia de Cuba. En la última de las contiendas, aquella que fue modelada con manos de sabio escultor por José Martí, el Titán de Bronce como le llamaban a Antonio, tenía una silla de montar con estrellas de plata, según la vio el Héroe Nacional cubano el cinco de mayo de 1895, en un primer encuentro en la Isla, días después de su desembarco por Playitas de Cajobabo. En esa ocasión Martí escribió en su Diario de Campaña acerca del lugar donde se habían citado con Maceo, adonde no pudieron arribar a la hora a la que fueron citados. Iban de prisa él y el Generalísimo Máximo Gómez, hasta que llegaron al campamento del General mambí. Martí describió al Titán de la siguiente forma: Maceo con un caballo dorado, en traje de holanda grís, ya tiene plata la silla, airosa y con estrellas. EL COMBATE FINAL El siete de diciembre de 1896, cuando las tropas españolas sorprendieron a las fuerzas de Antonio Maceo en la zona habanera de San Pedro, relata José Miró Argenter que Maceo necesitó diez minutos para vestirse del todo, ceñirse el cinturón que sostenía el machete y el revólver, y ensillar el caballo, faena que practicaba personalmente en los casos bélicos para estar seguro sobre los estribos. Al hallarse en situación de combatiente, tocando con sus manos los arreos y convencido de que nada le faltaba, desenvainó el machete y con un ademán terrible mostró la senda de la batalla a los más conocedores del terreno. ¡Por aquí! –dijo en tono imperioso-, y expoleó el corcel. Esa fue la última vez que montaría su caballo y utilizaría su montura, de la cual no se dan detalles de sus características. Muchas incógnitas surgen entonces, sobre cuál sería realmente la montura que utilizó Maceo, si la que se exhibe en el Museo Bacardí de Santiago de Cuba, donada por Miró Argenter, o la que fue entregada al Museo de la Ciudad, en el centro histórico de La Habana, por autoridades de España. Especialistas en el tema, como el doctor Eusebio Leal, considera que la auténtica está en el Bacardí. Sin embargo, reconocen que la expuesta en la instalación cultural habanera representa todo un símbolo histórico y constituye una pieza de gran valor que puede ser admirada por quienes visiten el lugar.

Evidencias arqueológicas unen a Cuba y Yucatán

Evidencias arqueológicas unen a Cuba y Yucatán

Por María Elena Balán Saínz

 

   En Cuba resulta común definir a una persona como campechana cuando se quiere destacar su bondad, trato afable y carácter diáfano.

   Las raíces de tal reconocimiento datan de épocas tan remotas como el siglo XVI, cuando desde el puerto de Campeche, en la península de Yucatán, partían barcos cargados con individuos procedentes de esa región, los cuales eran traídos a la isla caribeña.

   Investigaciones de las arqueólogas cubanas Karen Mahé Lugo y Sonia Menéndez, del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, permitieron conocer detalles del contacto entre Mesoamérica y la otrora villa de San Cristóbal de La Habana.

  Hay que recordar que la llegada de los colonizadores españoles a la península de Yucatán fue en 1517, con Francisco Hernández de Córdoba al frente de la expedición enviada desde Cuba por el Adelantado Diego Velásquez, quien organizó la conquista de México.

   Un año después pasó por Yucatán Juan de Grijalva y posteriormente Hernán Cortés.

   Como desde 1509 existía una Real Cédula que autorizaba la importación a Cuba de indios de las islas cercanas a La Española, se deduce que fue Hernández de Córdova el primero en enviar yucatecos a la mayor de las Antillas.

    Pasados unos años, en 1526, Francisco de Montejo quedó al frente de la conquista de Yucatán y se le confirió el derecho a esclavizar a los indios que no estuvieran a favor del Rey y de la iglesia y también a aquellos que resultaban prisioneros de otras tribus.

   Posteriormente, Montejo estableció vínculos con Juan de Lerma, un comerciante y rico naviero, que enviaba mano de obra a Cuba y La Española.

   Pero los estudios sobre el tema señalan que no fue ésta la única vía de la llegada de los yucatecos a Cuba. Existió también un intercambio que establecía parámetros de cien indios a razón de un caballo.

  Igualmente se estima que lo corsarios y piratas traficaron con indios yucatecos en el siglo XVII, y tuvieron en Campeche un punto de acoso sistemático para abastecerse además de miel, cera, sal y el entonces famoso palo de tinte.

   Transcurridos los años y ya  en el período de 1846 a 1860, ante la carencia de mano de obra que venía cada vez menos desde África, los hacendados cubanos volvieron a proveerse de individuos procedentes de Yucatán.

  Fue el Benemérito Benito Juárez, en 1861, quien defendió a los indios y prohibió ese mercado humano.

 

BARRIO DE CAMPECHE EN LA HABANA

 

   Aunque se conoce que los yucatecos llegaron a diversos puntos de la geografía cubana, fue en San Cristóbal de La Habana donde se estableció, en la parte amurallada al sur de la ciudad, un barrio que se denominó Campeche.

  Estaba formado por chozas humildes y parcelas de labranza, donde vivían personas procedentes de Yucatán, a quienes se les denominaba como campechanos por el puerto desde el que partieron, aunque tal vez todos no lo fueran.

   Precisamente en parte de la zona que ocupó ese barrio, las arqueólogas cubanas Karen Mahé Lugo y Sonia Menéndez, del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, encontraron evidencias que unen a Cuba y Yucatán.

    Se trata de una cerámica conocida como México pintado de rojo, considerada como la alfarería foránea de tradición pre-hispánica más importante.. Sus restos se encontraron en varios inmuebles y en el convento de San Francisco de Asís. Entre ellos hay cántaros, cuencos, jarros y platos, con decoraciones.

  Esas piezas se exhiben en el Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana y en el convento de San Francisco de Asís.

   Las investigadoras destacan asimismo, la abundante presencia  de material volcánico, que vincula los hallazgos con México.

   Estiman que el establecimiento del barrio de Campeche, en fecha anterior a 1564, según consta en actas del Cabildo, trajo aparejada la necesidad de sus pobladores de vasijas para uso personal y doméstico, que bien pudieron traer en sus viajes por barco y otros haberlos elaborado en territorio cubano.

   Parte de ese menaje utilitario, exhumado en las excavaciones arqueológicas en la Habana Vieja, responde a contextos muy tempranos, algunos con motivos que evidencian su filiación mesoamericana. Otros, cuya ubicación contextual trasciende el siglo XVII, cuentan con variaciones decorativas que los acercan al modo de hacer de los europeos.

   No obstante esa diversidad decorativa, en su factura se mantiene un mismo patrón tecnológico, lo que asevera una continuidad productiva sustentada por siglos de tradición.

   Lo más importante de esos hallazgos y de otros como raspadores de maíz hechos de rocas volcánicas, así como de restos de dietas en los que se incluye el caracol,  es que demuestran la presencia de indios yucatecos en la antigua Habana.

   Se afirma que ellos trabajaron en el servicio doméstico en casas de personas adineradas, en labores agrícolas y constructivas, así como en el cuidado y protección de la ciudad.

    Estas evidencias arqueológicas unen aún más a Cuba y Yucatán.