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María Elena Balán/ Arca de cubania

LA MUJER EN LA VIDA DEL PADRE DE LA PATRIA

LA MUJER EN LA VIDA DEL PADRE DE LA PATRIA

Por María Elena Balán Saínz    

 De Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, se conocen sus hazañaspletoricas de coraje y valentía, pero poco se ha divulgado sobre su vida amorosa, que abarca dos matrimonios y dos relaciones sin oficializar, con mujeres capaces de inspirar un tierno amor dadas sus condiciones de integridad, honradez y bondad.  

 Cuando Céspedes concluyó sus estudios de Bachiller en Leyes en la Universidad de La Habana se casó con sus dos veces prima hermana María del Carmen Céspedes y Loynaz del Castillo, considerada como una de las bayamesas más bellas de su época.   De ella se sabe que fue una mujer dulce, hogareña y cariñosa, que llevó la calma al espíritu inquieto de su esposo y le permitió disfrutar de la vida plácida de la villa de Bayamo, trabajando en proyectos desde su bufete de abogado. 

El matrimonio con Carmela, como solían llamar a María del Carmen, duró 28 años y de él quedaron tres hijos, Carlos Manuel, Oscar y Carmen.   A principios de 1868 murió la primera esposa del Padre de la Patria, quien se trasladó después de aquel hecho a su ingenio La Demajagua.   Allí era mayoral Juan Acosta, el cual tenía una hija llamada Candelaria, a la que decían cariñosamente Cambula.

Fue ella quien tuvo la gloria de coser la bandera que Céspedes alzó el 10 de octubre de 1868 al llamar a la insurrección.   Con Cambula tuvo una niñita a la que Carlos Manuel puso Carmen y la reconoció con su apellido. La joven Candelaria lo acompañó en el duro batallar por la independencia hasta que, ante los peligros que cada día vivían, decidió embarcar a la muchacha, que estaba  nuevamente embarazada, y a su pequeña hija hacia Jamaica.  

 En ese país nació el otro hijo varón de Céspedes, el que se nombró Carlos Manuel.    Mientras vivió sostuvo correspondencia con Cambula y atendió económicamente sus necesidades. Al concluir la guerra de los Diez Años ella volvió a Cuba.  

 ANA DE QUESADA, PATRIOTA CAMAGÜEYANA  

Después de la Asamblea de Guáimaro, el General Manuel de Quesada invitó a Carlos Manuel de Céspedes a una comida en su casa y allí se enamoró de Ana de Quesada y Loynaz  la cual tenía 26 años, mientras quien fue electo como Presidente de la República en Armas ya contaba 50.   Él ejerció sobre ella ese influjo personal que lo caracterizó y a los pocos meses,  se casaron en San Diego del Chorrillo, Najasa, en los campos de Cuba Libre.  

 De su matrimonio con aquella mujer de fuerte carácter, amante de la libertad de Cuba, tuvo Céspedes un hijo al que puso Oscar, en recuerdo de aquel que había sido ultimado por los españoles.   Ana vivía con su niño, su madre, sus hermanas y otras familias cubanas en un caserío en una zona intrincada, hasta que llegó al lugar una escuadra enemiga que los sacó y quemó las viviendas.     

  Ella logró que la dejaran con su pequeño hijo, al parecer porque los españoles pensaron que podrían apresar al Presidente cuando viniera a buscar a su esposa, pero la aguerrida joven logró internarse en la manigua y poco después se reunió con el jefe insurrecto.  El pequeño Oscar no resistió los rigores de la manigua y murió.

Céspedes decidió mandar a su mujer al exilio, y tras partir a coger una embarcación acompañada de Juan Clemente Zenea fueron hechos prisioneros. Poco después ella pudo marchar a Estados Unidos. 

LA ULTIMA MUJER EN LA VIDA DE CÉSPEDES   

 A pocos metros de la modesta casa de Carlos Manuel de Céspedes en la campestre zona de San Lorenzo, vivía Francisca Rodríguez, viuda, la cual tenía una hija jovencita que llamaban Panchita.  El patriota encontró consuelo a su soledad en la ternura de aquella muchacha, de quien se enamoró y tuvo relaciones íntimas.  

 Después que los españoles atacaron San Lorenzo de forma sorpresiva y murió el Padre de la Patria el 27 de febrero de 1874, los habitantes del lugar fueron llevados a Santiago de Cuba.  Panchita partió con su madre hasta aquella ciudad oriental, donde vio nacer al hijo de sus amores con Céspedes, al cual nombró Manuel Francisco Rodríguez, pues su progenitor no estaba vivo para haberle puesto su apellido. 

 Esos fueron los grandes amores de un hombre honesto, sencillo, caballeroso, que quiso por encima de todas las cosas la libertad de Cuba.      

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