¿Será que podremos conversar?
Por María Elena Balán Sainz
Ahora muchos se quejan de que familiares y amigos están más pendientes de videos juegos, redes sociales, teléfonos móviles, películas o telenovelas que de comunicarse cara a cara y manifestar gustos, afectos, ideas.
Las reuniones familiares y amistosas han sido socavadas además, por la prisa con que andamos. El tiempo restante fuera del trabajo o los estudios los destinamos, muchas veces a las oportunidades ofrecidas por nuevas tecnologías.
Vivimos con tal agobio, pendientes del reloj, que no reparamos en cuánto de beneficioso y reconfortante tienen esos hábitos de antaño, cuando reunirse en familia o con amistades resultaba sumamente agradable.
Resulta que cuando se presenta la oportunidad de departir con personas a quienes profesamos afecto y tenemos puntos de vistas comunes en una fiesta organizada por un centro de trabajo, la música de fondo impide intercambiar ideas.
El tucutum-tucutum procedente de un equipo a todo volumen da la impresión de que aquello va a explotar por tantos decibeles concentrados en tan poco espacio. Alrededor de la misma mesa, todos sentados, debemos gritar para intercambiar con el de al lado.
Quien tiene a su cargo la musicalización da rienda a sus gustos y por lo general, no digo siempre para no ser absoluta, pero la mayoría de los textos musicalizados están tejidos a base de vulgaridad o chabacanería y responden a ese mundillo de marginalidad cada vez más creciente en nuestra sociedad.
No seleccionan aquellos números de cantautores modernos, bien sean cubanos o de otras latitudes, hilvanados con las más hermosas metáforas, capaces de regalarnos un mensaje de paz y ternura.
Lo peor es que si los amigos optan por reunirse en la casa para jugar al dominó, compartir una taza de café, una cerveza, al tiempo que recuerdan anécdotas curiosas de sus vidas, ven rota esa placidez cuando comienza la agresión sonora del vecino a través de un despampanante reguetón.
Por lo general, quienes hacen esa bulla, , carecen de las elementales reglas de convivencia social.
Tal comportamiento se ha extendido a los taxis y también a los óminubus con equipos de audio, generadores de tal ruido que ni el mismo chofer puede escuchar lo que sucede a su alrededor cuando circula por las vías, ni quienes viajan en esos vehículos pueden intercambiar palabras a o ser a gritos.
No vale conformarnos con la tolerancia hacia quienes vociferan, ya sea en un diálogo, en una canción, en la imposición de sus gustos chabacanos al resto del grupo.
Y aunque nos miren con mala cara debemos requerir su atención y hacerles ver las molestias que ocasionan con su torrente musical. ¿A quién no le ha ocurrido que al pedir, por favor, podrías bajar el volumen, les han contestado de manera irreverente?
Los buenos ejemplos han de avalarse con conductas y hábitos adecuados, normas éticas, morales y de cortesía correctos, y valores que desde etapas tempranas se inculcan en los hijos.
Es imprescindible rescatar los buenos hábitos de convivencia social, ausentes en algunos segmentos de nuestra sociedad, en la que no podemos admitir que la seudocultura florezca como una planta de marabú, difícil de exterminar.