Carlos Enríquez y el Hurón Azul
Por María Elena Balán Saínz
Un ambiente cargado de misticismo y leyenda envuelve la que fue vivienda y estudio del pintor Carlos Enríquez, uno de los mayores exponentes de las artes plásticas cubanas en la primera mitad del siglo XX. La curiosa vivienda fue construida bajo la inspiración de una estación de trenes de Pennsylvania, y el artista la bautizó con el nombre de El Hurón Azul, en alusión a una piel de ese roedor que curtió y luego pintó del mencionado color. Después de casi medio siglo de su fallecimiento, ocurrido el dos de mayo de 1957, la casa donde recibió a intelectuales, diplomáticos y otros amigos y en la cual tuvo de modelos a tres hermosas mujeres (Sara, Eva y Germaine), está abierta al público como uno de los patrimonios culturales más apreciados en la capital cubana. Sin embargo, tiene muy poca divulgación en las opcionales que se les presentan a los turistas que visitan La Habana, a pesar de que ese sitio constituye un buen exponente no solo del turismo cultural, sino también de naturaleza en la periferia de la ciudad. La singular vivienda se enseñorea en un primer plano, a la entrada de la pequeña hacienda, donde el halo místico que la distingue ha dado cabida a los rumores de la vecindad, que afirma ver en noches claras los cuerpos desnudos de Carlos y Eva, una de sus esposas, paseando entre los arbustos. Quizás tales creencias hayan surgido por la sensualidad y el exotismo que el pintor reflejó en sus obras, como se aprecia en la pintura mural Las bañistas de la laguna, que se conserva en la salita de la casa y destaca el hermoso cuerpo de la francesa Eva, a quien también le hizo otros cuadros como Eva desnuda. Aparece en ese recinto un retrato de Germaine, otra de sus esposas, y en el que sobresale aún por encima del brazo la transparencia de sus senos. Desde la salita se sube por una escalera de madera hasta la habitación que sirvió de estudio a Carlos Enríquez. A Alberto Valcárcel, especialista de la casa museo, le preguntamos por las curiosas huellas de los pies del pintor que permanecen, pese a los años, en los escalones y que han dado paso a diversas versiones. Una de ellas es la de Sara Cheméndez, la bella muchacha que a partir de los 15 años de edad, en la década de 1930, posó para Carlos Enríquez y le inspiró la famosa obra El Rapto de las mulatas. Contaba Sara que un día, cuando el artista descansaba en una hamaca amarrada en el patio, la soga se partió y él cayó al suelo. La joven, que lo miraba a través de una ventana desde lo alto, dio un grito y Carlos subió las escaleras corriendo. En la prisa puso los pies en una bandeja de pintura amarilla y sus huellas se quedaron marcadas en los escalones. Según nos relató Alberto Valcárcel, se dice también que Carlos fue pintando y provocando las huellas, para luego dejarlas solo veladamente como algo perceptible, pero a la vez tenue. Señala que signos cabalísticos permanecen encima de la puerta de entrada, lo cual se identifica como su carta astral. También quedaron las evidencias de las botellas de cerveza que enterraba en el jardín, después de ser consumido su contenido. Nos dice que entre pinturas y dibujos, incluyendo los bocetos, en la casa museo se conservan más de 140 obras originales de Carlos Enríquez, mientras otras permanecen en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, y en colecciones personales tanto en Cuba como en otros países. Apunta que el artista no puede ser identificado solamente como el pintor de la sensualidad y las transparencias, pues fue también un gran retratista y un hombre que a través del pincel y el óleo denunció los males de la república en su tiempo, como lo evidencia su obra Combate y otras. PERSONALIDADES VISITARON EL HURÓN AZUL La casa de Carlos Enríquez, ubicada en la calle Paz, entre Constancia y Lindero, Párraga, municipio de Arroyo Naranjo, a unos 10 kilómetros del centro urbano de la capital cubana, fue visitada en otros tiempos por personalidades y según citan los cronistas allí se habló en seis lenguas diferentes, tanta era la fama y el interés que despertaba la obra del artista y su forma peculiar de tratar a sus invitados. Lo que más brillaba de la intelectualidad de la primera mitad del siglo XX estuvo en la hacienda, entre ellos el venezolano Rómulo Gallegos y el español Juan Ramón Jiménez, pues Carlos Enríquez además de pintor fue escritor. Hombre calificado como un bohemio, rebelde por naturaleza, atrapó a través del pincel, el óleo o la acuarela la naturaleza exuberante del trópico, la sensualidad femenina, las tradiciones del hombre de campo. Ejemplo sobresaliente de lo anterior es el cuadro El rapto de las mulatas, para el que mandó a fustigar un caballo, mientras su joven modelo, Sara Cheméndez fue atada al corcel, con el fin de lograr una imagen real. Pero también fue Carlos Enríquez un hombre de premoniciones y no le gustaba aceptar homenajes. Sin embargo, cuando en 1957 se decidió a inaugurar una muestra personal, estando ya muy enfermo y arruinado, la muerte le sorprendió el dos de mayo, cuando faltaba muy poco para la inauguración. Murió pintando en su casita de El Hurón Azul, esa misma que conserva su legado y que resulta un sitio de singular interés.
5 comentarios
Maarten van Lotringen -
Si, lastima que la casa no tiene mas divulgacion en las opciones turisticas. No he encontrado una sola guia turistica proponiendo una visita. Quizas mejor. Proxima vez la visitara.
Gracias Cuba!
MaartenvL de Amsterdam.
Nesty -
V109 -
Ariadna Martin -
Atentanmente, Ariadna.
Dayana -