Conservar la identidad y restañar lo dañado
Por María Elena Balán Sainz
Una ciudad y su pueblo son valiosos en tanto conservan sus elementos de identidad, de ahí la importancia de trabajar en función de restituir esos valores, buscar lo desaparecido, restañar lo dañado, ya sea tradiciones, normas de conducta, bienes patrimoniales, plazas, edificaciones, lenguaje, formas de elaborar comidas y bebidas.
En estos tiempos, cuando hay quienes destruyen existen otros que reconstruyen, pero esa balanza debe inclinarse a favor del segundo grupo, porque vivir en sociedad conlleva, en primer lugar, asumir normas de convivencia.
Ciertas formas de comportamiento se han abierto paso y son inaceptables. Van desde el daño a la propiedad social, a sitios emblemáticos, a bienes patrimoniales, hasta la deformación del idioma, el irrespeto a las buenas maneras, a la decencia en un amplio sentido.
Algunos asumen con desdén las normas de urbanidad y lo mismo dañan los bancos de un parque o sustraen sus luminarias, que dejan de abonar el pasaje en el ómnibus, rayan el pedestal de una escultura restaurada y se convierten en transgresores del ornato público.
Al idioma, rico en matices, le hieren con vocablos vulgares, asumen conductas encaminadas a la marginalidad y hacen de sus gustos estéticos pasto seguro para que nazca la seudocultura.
La preferencia por música de mala factura por sus letras, con mensajes agresivos y chabacanos, igual toma espacio. Lo peor es que a veces son amplificados por la radio y la televisión.
Cada vez se ha ido perdiendo más el hábito de reunirse la familia para comer todos juntos, degustar platos tradicionales, transmitir buenas costumbres.
Urge velar por la conservación de elementos fundamentales de nuestra identidad y que tome mayor rango la necesidad de preservar el patrimonio tangible y el intangible.
Desde el hogar, la escuela, los medios de difusión masiva, la comunidad en general se precisa fortalecer valores, modos, estilos.
En lo referente a la música, el baile, la arquitectura, las comidas y bebidas son también símbolos de identidad cultural y debemos preservarlos.
Así, cuando en el país se habla de la cuna del son, enseguida pensamos en Santiago de Cuba, y si decimos tinajones, de inmediato viene a la mente Camagüey. En tanto, Trinidad o el Centro Histórico de La Habana ejemplifican conservación arquitectónica.
El cucurucho y el chocolate evocan a Baracoa, la guayabita del Pinar a Vueltabajo, las torticas a Morón, el aliña’o, bebida para festejar el nacimiento de un niño se relaciona con la zona oriental, así como las butifarras con el poblado del Congo, por solo citar algunos.
En cuanto al idioma, a Camagüey y a Holguín se les consideró como lugares donde se le respetaba y hablaba bien. Pero igual se les relaciona, lo mismo que a Cienfuegos como ciudades cuidadosas de la higiene.
Por su parte, los festejos regionales y nacionales tienen en Las Parrandas de Remedios o Las Charangas de Bejucal altas expresiones de la más genuina identidad cultural.
Si queremos trabajar en función de restituir valores, buscar lo desaparecido, restañar lo dañado, es preciso crear ambientes idóneos para transmitir lo realmente auténtico, lo que siempre nos identificó como cubanos.
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