Una chica plástica, de esas que van por ahí
Por María Elena Balan Sainz
Al preocupamos por la crisis de los valores morales de los jóvenes, generalmente estamos impactados por un cambio de conductas que chocan de algún modo con nuestras referencias establecidas.
La juventud se define frecuentemente por un rol social, caracterizado por su manera de interactuar en su grupo o comunidad, por la imagen proyectada mediante el tipo de ropa, maquillaje y lenguaje, entre otros aspectos.
Existe cierta frustración para quien se percibe incapaz o impedido de cumplir con las exigencias de la moda. Algunos le confieren más valor a lo material, que a lo espiritual. Sobrevaloran la forma de vestirse, estar en la “onda”, aunque su aspecto sea irreverente, su cabello con colores y cortes extraños, la forma de expresarse chabacana y vulgar.
No escasean en estos tiempos los llamados chicos o chicas “plásticas”, remota referencia a una popular canción del panameño Rubén Blades, en la cual definía las aspiraciones de esos jóvenes cuyos objetivos son lucir bien, relacionarse con quienes consideran sus iguales, porque tienen una posición económica ventajosa, aunque resulten superficiales en su conducta.
Muchos viven en urbanizaciones que antes de 1959 fueron de la burguesía en la Isla, usan ropas de “marca”, conducen autos modernos de los padres o de ellos mismos, asisten a lugares de recreación donde el pago es en “moneda dura” (léase divisa convertible) y tienen gustos por encima de las posibilidades de un cubano de a pie.
No se trata de citar estereotipos y frases hechas, sino llamar la atención sobre un asunto preocupante, el cual tiene alcance global, ya que la crisis de valores no solo afecta a nuestro país, donde además se aprecia a todas luces diversos rangos sociales.
En la sociedad no puede haber solamente transformaciones económicas, políticas, también resultan necesarias las de orden espiritual, tal como postulaba José Martí .
El impacto de los años de 1990 -cuando comenzó en Cuba el Período Especial- sobre un segmento de la juventud cubana trajo consigo la consiguiente disminución y poco desarrollo de la conciencia de igualdad, problemas en cuanto a la socialización, deterioro en los valores, así como falta de motivación para la continuación de estudios.
Muchas familias fueron más pasivas ante actitudes transgresoras de hijos e hijas, quienes en ocasiones optaron por la deserción escolar, la búsqueda de ganancias fáciles en lo que se presentara.
El alejamiento de las relaciones de labor productiva lleva a no valorar el trabajo de las personas, el costo de la vida y de los bienes de consumo e implanta la regla de la “ganancia fácil”.
Los propios padres son, muchas veces, los que favorecen esta tendencia, al querer ofrecer a sus hijos aquello que, en términos de consumismo, ellos mismos no tenían en su juventud.
Por estos días no son pocos los jóvenes para quienes la noche se ha convertido en su símbolo por excelencia: es el tiempo ‘sin tiempo’, sin reloj y sin horario, es el espacio de la libertad sin disciplina y sin exigencias externas.
Así se les puede ver en plazas o sitios urbanos donde muestran sus extravagancias, se suman a grupos con iguales características en cuanto a proyección social y hacen caso omiso de normas de urbanidad establecidas desde antaño.
Otros aprovechan las altas horas nocturnas para crear bulla en sitios públicos, tomar el ómnibus y ofender al chofer y a los viajeros, así como para manifestarse con violencia en la calle.
Ante tales actitudes bien vale recordar que la ética empieza cuando el hombre es capaz de aceptar que “no todo le da igual”.
La vida humana es elección permanente, hagamos que la formación de valores sea parte del quehacer propio, de la familia y la sociedad en su conjunto. Por supuesto, para lograrlo habrá que cambiar muchas cosas. (Por María Elena Balán Sainz)
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